La soledad es una elección consciente o es una consecuencia. Se elige mediante el sensato reconocimiento de las actitudes personales que inclinan hacia ella, aceptando las propias limitaciones y valorando con optimismo el bien que subyace tras esta elección; o es una consecuencia de todos los errores que se cometen en el desesperado esfuerzo por ahuyentarla y llevar por todos los medios una vida de pareja.
El primer capítulo es un ejemplo de la soledad por
elección y para hacer referencia a ella en lo sucesivo se le denomina como
soledad esencial. Los restantes capítulos contienen las razones de la soledad como
consecuencia, la que en adelante se denomina como soledad residual. El lector
podrá encontrar analogía entre el primer capítulo y una de las clásicas fábulas
de Esopo, “La zorra y las uvas verdes”. La zorra, al no poder alcanzar las
apetitosas uvas y dejar su hambre sin saciar, se aleja diciendo: “¡Ni me
agradan, están tan verdes!” Esta fábula es representativa de personas quienes
al no lograr un propósito tratan de restarle importancia sólo para esconder con
aparente resignación una evidente derrota y es cierto que existe algo de
cuestionable conformidad en una postura de aceptación de algo aparentemente
irremediable en comienzo como la soledad, pero este capítulo va un poco más
allá de la superficial interpretación de dicha fábula en el sentido de que
plantea que las uvas no son el alimento característico de la zorra, que aunque
son jugosas no son indispensables para calmar la sed, y que aunque son
nutritivas de todos modos pueden resultar perjudiciales. Como quiera que sea,
la soledad es un fantasma latente y hay que estar preparados para enfrentarlo
con posibilidades de sobrevivir sanos y salvos. Este capítulo en un sentido más
global es una advertencia.
El segundo capítulo es la aparición en escena del cerebro
en actitud alerta y vigilante, quien sólo desde la racionalidad vela por la
integridad personal de todo individuo. Sus palabras y descripciones reflejan la
actitud de una persona que es capaz de ir por la vida con sentimientos de
suficiencia, sin miedos, sin aparentes peligros y con una cuestionable fortaleza
emocional. El cerebro es severo y lapidario en sus apreciaciones, se considera
certero y difícil de rebatir, está convencido de sus argumentos, no duda de su
capacidad del control, asume que es mejor estar solo que mal acompañado y desde
su perspectiva existen trece razones que potencian la soledad esencial y
disminuyen las posibilidades de encontrar pareja. El talón de Aquiles es su
tendencia a centrarse en sí mismo, con las obvias dificultades para ponerse en
el lugar de otros individuos, acrecentando la imposibilidad de detectar el daño
que sus convicciones pueden causar en la manifestación de sensibilidad cuando se
hace imperativo demostrar emociones. El cerebro se expresa en primera persona y
representa los miedos, la experiencia mediática y el paternalismo. El lema de
este capítulo es “A la defensiva y contra los factores de desequilibrio
emocional”.
El tercer capítulo es la contraposición y respuesta que el
corazón da a cada planteamiento del cerebro y es una crítica muy fuerte a los
modos racionales de conducirse por la vida. El corazón se opone radicalmente a
la frialdad del cerebro en la manifestación de las emociones, arremete con
fuerza y con ironía como liberándose de la opresión y del silencio, desahoga su
frustración y olvida que al centrarse en las emociones también adopta una
postura frágil desde la que se cometen errores de procedimiento que, en nombre del
amor, conducen a la soledad residual. El corazón no interpreta a la soledad como
elección o consecuencia sino como un castigo y por ello desde una perspectiva
netamente emocional vela por el romanticismo del individuo y por la
manifestación de aquello que considera tan natural en toda persona como la
tendencia a estar en pareja, defiende ciegamente la validez de todas sus
expresiones de afecto y está dispuesto a hacer ver al cerebro como una máquina
predecible, una víctima del control que ejecuta y un ente errático a la hora de
reaccionar ante los estímulos emocionales externos. El talón de Aquiles del
corazón es la tendencia a centrarse en los demás, descuidando la propia
integridad. El corazón se expresa en tercera persona y representa la entrega,
la experiencia generacional y el maternalismo. El lema de este capítulo es “A
la entrega total, y contra los peligros implícitos en el raciocinio”.
En el cuarto capítulo se manifiesta el ser interior como
mediador entre cerebro y corazón, ofreciendo una interpretación más equilibrada
que aquella que cada uno de estos extremistas protagonistas pretende hacer
prevalecer. Ni el corazón ni el cerebro por separado están capacitados para
adoptar una postura adecuada ante los dilemas y paradigmas de todo individuo y
debido a eso se hace necesaria la liberación del verdadero yo con
planteamientos más acordes con la realidad y sin los peligros latentes en los
extremos. Cada persona que lea este libro podría elaborar sus propios capítulos
dos y tres de acuerdo con su propia experiencia, pero es muy probable que todos
los lectores coincidan con el contenido de este capítulo porque sencillamente
se trata de todo aquello que se sabe pero que no se pone en práctica. El ser
interior, el verdadero yo, o como deba llamarse, es quien permite dejar aflorar
a un individuo centrado, capaz de mantener el equilibrio y convertirse una
persona ideal para relacionarse, fácil de querer e imposible de ignorar y por
lo tanto no hay talón de Aquiles y la soledad no es un problema. El ser interior
se expresa en forma impersonal y representa la certeza, la experiencia
milenaria y la sabiduría. El lema del capítulo es “En eterna paz y calma
canalizando la voluntad de Dios” porque la vida no necesariamente es como uno
fríamente la piensa ni como uno fervientemente la desea. Ya no son tiempos de
estar enfrascados en una estéril contradicción entre pensamientos y
sentimientos pues hace mucho rato que nuestras acciones deberían ser una
consecuencia de la sincronización o unidad de ambos.
El quinto y
último capítulo recoge las apreciaciones que hace un espectador externo tipo
extraterrestre quien, en su intento por entender a la especie humana se
sorprende negativamente al analizar los comportamientos de las personas. Ese
observador externo detecta todas las inconsistencias y mentiras en las
relaciones de pareja y elabora una serie de conclusiones que se contraponen
totalmente a frases habituales y socialmente aceptadas en la cotidianeidad de
las relaciones de pareja, frases creadas por humanos para justificar los
desaciertos, las actitudes contradictorias y las falacias en las que incurre en
nombre del amor. Tales conclusiones tienen el fin de hacer notar varios
absurdos que demuestran lo poco sensatas que son las percepciones y reacciones
que tienen los humanos en torno a ciertos aspectos de la vida de pareja,
absurdos que evidencian lo incomprensibles e impredecibles que son,
erigiéndolos como una especie muy poco confiable cuando se trata de
manifestación de afectos y lealtades. La intención de este observador es hacer
hincapié en la necesidad de eliminar radicalmente convicciones erradas en la
demostración de los afectos como etapa fundamental para liberarse de las
gruesas cadenas de las emociones desordenadas y confusas, tan dañinas para el
progreso individual y para la formalización de las relaciones que los seres
humanos sostienen prácticamente a modo de calvario. Los planteamientos del
observador externo muestran las ventajas de analizar las cosas desde afuera y
hacen ver a la soledad como a un simple escenario e, incluso, la hace parecer
una utopía.
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